Paisaje nocturno

Creo si cruzara aquella calle conseguiría el objeto perdido. Hace meses atrás, el sueño parece una dura caja musical que sigue y sigue su música cuando la negra capa del otro día aclara lentamente, día que no anhelo, día repitiéndose, día de frió.

Los arboles no tienen madre, por eso te escribo: para no volver a soñarte porque mis sueños no tiene hogar sino alguna especie de abismo que los envuelve y fosiliza como un bebe no nacido que se apega al vientre enfermo de su madre. Y sueño lo suficiente para seguir escuchando aquella caja musical.

Mira como se balancea una triste luz que en todos sus esfuerzos delata la muerte, pobre lámpara vieja llorando en silencio, y triste espejo observándome, empañado oscuramente de frió. Hace meses la caja aún suena.

Pero si cruzara aquella calle no conseguiría nada porque no sé que he perdido.

Un objeto delimita lo incógnito y digo objeto porque en mi boca se deshace tan vacíamente la palabra dúctil y regular de mi lengua.

Objeto: llave de la caja musical.

¿Objeto?

-Llave que ansió a mis entrañas
-Olores que llegan como una brisa matinal y desnudan la noche
-Imágenes precarias que no sucedieron.

Olvida aquella  isla cerrada donde oíste por primera vez el mar, déjala irte lejanamente en  silencio, aquel jardín ha muerto y todas las flores han padecido fiebre los últimos días de verano. A cambio, una caja musical que permanece ¿Cómo una herida?, tal vez como una constancia de lo perdido aunque esto sea un vacío. Un vacío denso moviéndose como bestia, levantando y reformando un mundo completo construido sobre el agua turbia, o agua verde/extraña de un estanque maravilloso donde nunca aprecie las aves. Debe ser lo más parecido a un paisaje nocturno profundo en la caja musical de los sueños.

Y a veces en los sueños Río rápidamente tras mis piedras celestes, Río como si todos los peces anaranjados del mundo navegaran en mí y mis labios, breves y pausados se desmenuzaran con el cielo, Río porque el agua verde del estanque corre por mi carne transparente y me constituye, y me renace en el cielo como un todo único.

Pero otras veces mis ojos, que son dos estrellas agotadas en la oscuridad, no creen en la misteriosa tela del sueño y la música vuelve a mí, adherida como el sueño no adoptado en su trágica forma.
Y es que no soy Río, ni un jardín, ni la lluvia, ni un sueño de aves.

Soy lo que no puedo nombrar, la palabra imposible que define y delimita lo que se me ha perdido, por eso la caja musical sigue sonando sin que pueda tocarla, y ya no veo irse la isla cerrada sino que me alejo tenuemente con el amanecer.

Y ya no entraño la lluvia que tantas veces me vio desnuda y marchita y fácil.

No. He muerto. El paisaje nocturno lo sabe y me espera, como tantas veces lo ha hecho, espera mi ceniza sobre la tierra, mi último nombre revuelto y amortajado y tejido con dulzura de madre.
Espera un objeto no definido. La única entrega que me ha salvado de mis propias manos y por la que aún suena aquella caja musical.

Y no me deja tirarme
Y no me deja dormir
Y no permite cerrarla.

La llave es el sonido de la palabra originaria del paisaje, la que no anhelo alcanzar y por la que más nunca volveré a cruzar aquella calle.


He preferido imaginar su canción aunque sea recorrer la noche descalza.

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